♦ Canto del proletario

Canto del proletario Primera edición (formato impreso) octubre de 1975 Impresión: Editorial Mercedes, Cali Segunda edición (formato digital) 2020 Aníbal Manuel anibal-manuel@outlook.com Ediciones digitales Golpe de aldaba graficaedicion@gmail.com Diseño de carátula: Helmer Rojas Maquetación: El autor Derechos reservados conforme a las normas que protegen la propiedad intelectual en Colombia.



PRESENTACIÓN

Alguien dijo recientemente que la poesía en Colombia descansó en la paz del Señor y, acto seguido, invitó a sus exequias con un poema del cual ese alguien era su autor. Esto, que parece una chanza, tiene mucho de verdad. ¿Pero cuál es la poesía –cabe preguntarse– que en este país descansó en la paz del Señor? Para contestar a lo anterior habría que comenzar por decir que es el mismo concepto de la poesía, su por qué y su para qué, aquello que debe cambiar fundamentalmente. Ya estamos hastiados de los señoritos poetas, cuya principal preocupación consiste en adelgazar cada día más el precario hilo que los une al lector, gracias a un preciosismo meramente formal que pretende traducir a palabras sus preocupaciones metafísicas, sus experiencias librescas o, en el mejor de los casos, alguna experiencia vital que, a fuerza de querer hacer litera- tura, se desfigura para quedar en algo que no es ni chicha ni limonada.

No se trata, sin embargo, de abogar por el simplismo. Eduardo Cote Lamus y Gaitán Durán, Álvaro Mutis y Cernuda, maestros, entre otros más, de nuestros señoritos poetas, estuvieron muy bien. Pero dejémoslos tranquilos y no llevemos más allá lo que ellos dejaron en su sitio, porque el juego es peligroso. Tan peligroso que corremos ya el riesgo de una intoxicación.

La poesía de este país está intoxicada. Hay que desmontar, palabra por palabra, esa monstruosa babel y comenzar a construir de nuevo. ¿Para llegar a lo mismo? No. Entonces, es necesario –y aquí vuelvo al princi- pio– precisar el por qué y el para qué de esa poesía. El liberalismo poético (o exceso de individualismo) ya se vio que no conduce a nada. El afán trascendente de ir hacia un mundo ideal a nadie interesa. Entonces, habrá que poner los pies sobre la tierra y comenzar a mirar hacia todo lado. ¿Qué ve usted? ¿Gente? ¿Más gente? ¿Cosas? ¿Animales? ¿Y más allá qué ve? ¿Amigos? ¿Enemigos? ¿Botellas de gaseosa? ¿Fusiles? ¿Árboles? ¿Fábricas? ¿Mujeres? ¿Aviones?

En resumidas cuentas, por ahí no es la cosa. La empresa es difícil, los caminos son muchos y se perderán en ellos, pero su trabajo, así sea me- diocre y dudoso, tendrá más importancia para la poesía de este país que el de aquellos que no saben sino masturbarse con palabras y experiencias ajenas y divertir con ello a su cada vez más reducido cenáculo de amigos y “admiradores”.

Bajo el anterior panorama, la poesía de Aníbal Manuel es una poesía de búsqueda que tiene –precisamente por ello– aciertos y desaciertos. Pero es curioso: son más, muchos más, los aciertos que los errores. Y en éstos sólo cae cuando hace concesiones a esa temática y tono de que he habla- do. La poesía de Aníbal Manuel es de este mundo, mientras que la que hoy se estila sigue siendo de origen cultural, de un más allá que cada día interesa menos. Allí la noche es noche, la fábrica es fábrica, el pan es pan y no hay vino, como no lo hay en la vida común y corriente y de todos los días entre nosotros. La ciudad es algo demasiado presente, que atropella. Y en la ciudad, el cansancio. Pero es un cansancio que se siente, que pesa. Y allí está el punto de contacto mejor logrado entre la poesía de Aníbal Manuel y la realidad. En ese tono gris de la frase diluida que, sin embar- go, golpe en la armazón de huesos que no puede sostenerse, en cada uno de los finales que invariablemente plantean la necesidad de un comienzo distinto o nuevo. se encuentran los aciertos de alguien a quien no solo preocupa su propia experiencia, su propia forma de ver el mundo, sino que se siente partícipe de un proceso que lo involucra a él como una máquina a un tornillo. Ahora, que la máquina sea una inmensa mole derretida y caótica solo le interesa al poeta en cuanto se siente obligado a esgrimir allí su palabra para acabarla de destruir antes de comenzar una nueva. Por eso, no se da ninguna clase de retórica. Sólo la convergencia sutil y difícil, de lograr un idioma eficaz y unos temas que no son nada ajenos a la experiencia del poeta. Y es por esto último que si Aníbal Ma-nuel habla, por ejemplo, de la manera como un obrero vive la ciudad, no cae en la falsificación de un tema –esto es, en el panfleto o en la charanga fácil– porque para él no es el resultado de una impostura. Pero no fracasa porque, además, trata de manejar un lenguaje que no se ve limitado por la forma de representación que consigue dar de esa realidad. Y esas dos premisas son las únicas que garantizan, en cualquier caso, la posibilidad de crear nuevos espacios para la poesía.

María Mercedes Carranza
Cali, agosto de 1975



CURRÍCULUM VITAE

Pues bien, me llamo Aníbal Manuel, que para el caso es lo mismo que llamarse Antonio o Pedro el de las herraduras o Joaquín el de los machetes en los cañaduzales del Cauca. Nací en cualquier rincón de esta Colombia y cuento con los años que quieran ponerle a mi amargura. Naturalmente, tengo un padre que envejece entre maderas con vetas de miterio y una madre que maquilla rostros de ángeles en desprestigio. Mi mujer respira amorosa al lado de mi izquierda. Mi hija es un sueño de risas que me llegan inocentes. ¿Títulos? No, no ostento títulos ni diplomas que me acrediten, ni menciones de honor que cuelguen en las paredes de mi orgullo. De política... En realidad es poco –casi nada– lo que entiendo de esos menesteres, pero odio los fusiles apuntados al corazón de los pueblos, la justicia que se extravía, la sonrisa que se disfraza para el engaño, el canibalismo que devora al campesino y al obrero, la sangre que se derrama sobe las banderas, la mordaza que ahoga las palabras y todas aquellas cosas que ponen gotas de ira en nuestros párpados. (Ya se habrán dado cuenta que no creo en los políticos) Sí, claro: La religión. ¿Qué puedo decirles de la religión? La religión es un fantasma de temores que me alejó de los templos; sin embargo, en el fondo, habrán notado que aún me atrae el silencio de los altares. Ya cumplí con el sagrado deber de sembrar un árbol y escribir un libro. Fui obrero. Sigo siendo obrero. He vivido y sigo viviendo mi vida de cualquier manera. ¿Qué más quieren?



PEQUEÑA ALUSIÓN A TU CONTAGIO

No vi cuando tus palabras caían ni cuando tu voz verde-tinta se deslizaba sobre caminos de lápices negros. No vi cuando tu idea >–balbuceo subiendo escalones– jugaba en el reverso del paisaje en el juego predilecto de la idea, ni cuando tu brebaje de sonidos no escuchados trastornaba el bla-bla-bla de los cartones. Pero vi el silencio tuyo gritando la invitación a siempre ser los de siempre en la ronda donde los intrusos de gafas casuales han jugado a poner cascabeles de cristal al gato ignorado. Y vi la longitud de la tarde escribiendo en el aire las mismas palabras contagiadas, los mismos besos contagiados, las mismas caricias contagiadas de todo lo que de tí es contagio.



DECISIÓN DE MARCHA

¿Por qué me infiltro en estas rosas tímidas que evocan en las sombras la intimidad de mi tiempo? ¿Por qué me hundo en estas calles apagadas por donde pasan, desnudos, los pies de un vagabundo? Sólo sé que en cada noche me nace una nostalgia que hunde sus raíces en un tránsito de humos y en un amor que ignora el color de los epílogos. Pero no quiero que me aíslen huracanes amargos ni que me señalen brazos de cruces sollozantes. Lo que quiero es continuar mi marcha.



AL REVERSO DE UNA FOTOGRAFÍA

Si al menos supiéramos hacia dónde nos conducen estas calles... Si al menos lográramos adivinar qué tropezón, qué hueco, qué obstáculo, qué señal de PARE nos va a detener de improviso... De improviso me veo en estas calles. El fotógrafo que sale a mi paso capta la imagen del que despreocupadamente camina y va leyendo poemas de poetas amigos, que sigue caminando y sigue leyendo y sigue preguntándose qué podrá haber al final de todo esto y de todas estas calles más que nunca interminables, más que nunca propicias al anonimato, más que nunca solitarias a mi paso solitario. Si al menos supiéramos hacia dónde nos conducen estas calles...



IMPRECACIÓN

Señoras y señores: Qué fácil es esconder la viga que en el ojo llevan como un objeto necesario, como un adorno que la vanidad les pide a gritos sin importar lo mucho que pueda arruinarles la silueta. Sí, es fácil cuando no les impide ver la paja que en ojo de su vecino se agiganta hasta alcanzar el límite envidiable de otras vigas. Ah, señoras y señores... ¿Por qué se atormentan si en el baile de máscaras al que fueron invitados el anfitrión culmina su show con pasos equivocados y la niña de casa se desmaya trágicamente en brazos de su tercer amante? Verdaderamente, señoras y señores, ustedes son únicos.



22-11-1972: PÁGINA SUELTA DE UN DIARIO

Casi al mediodía empecé a recordarte como a esos recuerdos lejanos, como a esos nombres que a veces se nos van con avisos de NUNCA VOLVER aferrados al cuello. No eras, entonces, la que hoy me recorre con los dedos, ni la que toda se oculta –sin ocultarse– bajo la tinta de las noticias dominicales del periódico. Eras la que cazando estrellas con los ojos aún creía en el color de la sonrisa de las flores y en el sonido maravilloso de las edades ausentes. Eras mucho de Blanca Nieves en la guarida de los enanos, mucho de la Bella Durmiente en los bosques de concreto. Decía, pues, que casi al mediodía empecé a recordarte. No sé por qué, pero tuve el leve presentimiento de que tú a esa hora no pensabas en mí. Tal vez –me dije– pensarías en las imaginarias algebraicas o en las hipótesis de los teoremas de la lección de mañana o en esos héroes de bronce que llenan de fábulas tus cuadernos de historia. ¿Y si hubieras estado pensando en nada? Así sucede a veces.



LOS DÍAS COMO HOJAS

Los días como hojas van cayendo sobre la imagen solitaria del hombre que transcurre, que se siente insignificante en las ciudades, que agita periódicos frente a su rostro, que piensa que no es tarde para pensar diferente, que camina. camina, camina y nunca escapa a ese círculo de cosas que marcan el unísono. Tal vez quise decir: Las hojas de los calendarios se desprenden para ocultar mi sombra. Soy el que tímidamente intenta volar y cae y se hunde en el río de los rostros angustiados. Soy el que mide su huella y compara y guarda la secreta esperanza de cambiar su rumbo. ¿Acaso no siempre se guarda una secreta esperanza? Sin embargo, y a pesar de que no quiero aferrarme a los rcuerdos ni a las viejas fotografías alimentadas de historias, algo oculto dentro de mí pone señales para detener mi marcha.



POSESIÓN

No hemos perdido aún lo mejor de nosotros. Ni es el de hoy el último atardecer de nuestra sangre. Aún nos queda el candor de lo que viene, el recomenzar, el seguir caminando hacia lo ignorado, el apagar la sed en el charco más cercano, el arribar a la noche con el agradable cansancio, el continuar y siempre llegar a lo de siempre para sentir que otra madrugada nos remueve y dice: Levántate, buen hombre, que no hemos perdido aún lo mejor de nosotros.



NOCHE DE SILENCIO

Inevitablemente las ideas han invadido mi cuarto. Esa multitud de palabras pronunciadas junto a tí las escucho ahora con repiqueteos de recuerdos; las veo ahora como nocturnas mariposas de papel que se despedazan chocando contra las paredes, contra el suelo, contra todo... SIES y NOES surgen en fracciones mínimas de tiempo para rondar sobre mi cabeza con vuelo acechador de águilas. Titaques incesantes de un reloj me dicen que soy su camarada esta noche. Pero yo insisto en contar en los dedos de mis manos los síes, los noes, y en arrojar sobre los gritos de mi alma esa multitud de palabras muertas en mi boca. Noche de silencio.



CANTO

Vano sería si de nuevo te hablara de mí, de mis truncados sueños o de los caminos que me llevan a las ciudades de antes. Todo es igual. casi nada ha cambiado en mí. ¿Cuántos abecedarios habré gastado para decirlo? Envejece el pensamiento y mi pasado envejece. Y estas calles son las mismas de antes, estos sueños los mismos que agonizaron en mis ojos, estos objetos (cartas de amor, postales, desteñidas fotografías) los mismos que se resisten a abandonar su huella. Todo es igual. casi nada ha cambiado. Vano sería gastar más abecedarios.



COMPROMISO

Con el invierno empezar a florecer sobre los tallos. Y con el tiempo ir madurando en las uvas. Hundirse siempre en la perfecta visión de cada día, y en cada vuelta del estercolero que nos tocó en suerte escuchar la palabra sin eco de los iluminados. O recurrir, en todo momento, a la vieja manía de aullar a las menguantes. ¿Qué llorarían los abuelos si desde su cielo llegaran a enterarse que la luna es una ramera en dos idiomas? En todo caso, hay que hundirse en todo, llegar a la exacta plenitud de las pisadas, tocar el fondo cotidiano de los transeúntes, no ser estéril en la misión de cada paso.



HISTORIA DE AHORA

Me están cortando los caminos. Y los horizontes que tantas veces he buscado. Escarbando –pico y pala en mano– las entrañas de este suelo y revolviendo el cemento y la arena de los grandes edificios, pregunto por el pan y las raíces que duermen en la tierra. Mendigando un jornal en las puertas de las fábricas y aspirando el humo de las chimeneas, pregunto por el sudor y los músculos que solicitan en los avisos de empleo. De un lado a otro de Colombia me veo haciendo cola tras los ojos fatigados y los estómagos vacíos, con las manos extendidas a todos los costados de la esperanza y la boca anhelante de saborear los salarios industriales y el pan y las raíces que duermen en la tierra. Pero me están cortando los caminos. Y los horizontes que tantas veces he buscado.



ANGUSTIA Y EXTRAVÍO

Hoy el alma se me alarga como una nota prolongada en el silencio o una presencia misteriosa en las orillas del aire. Soy un hombre extraviado. Y no encuentro los caminos lisos ni los signos abiertos que me guíen. ¿Qué golpes ciegos destruyen mis pisadas? Hoy quisiera levantar la voz para que retornen las sílabas que murieron y las campanas que quedaron olvidadas en una tarde de febrero. Soy un hombre extraviado. Y no encuentro la mano generosa ni la voz precisa que me llame. ¿Qué abismos infinitos aíslan mi esperanza? Hoy quiero gritar para que se confunda mi grito con el grito de las horas y las palabras de reclamo que ya retoñan en mi cara.



CADENAS FABRILES

Navegué por secos ríos de asfalto y busqué el nido de los sueños en las soñadas ciudades; escuché el eco de las fábricas y el frenético diálogo de las máquinas. Y en el diálogo de las máquinas vi cómo se ocultaba el silencio del obrero subyugado en la ignorancia de su cólera, del obrero que va tras los sonidos de campana que surgen de los metales y llenan de esperanza sus manos proletarias. Yo navegué por secos ríos de asfalto buscando el nido de mis sueñosen los sindicatos, sintiendo en carne ajena el hambre del asalariado y el calor hostigante de las calderas y el fragor de la protesta reprimida del esclavo de mi siglo, del esclavo que agiganta riquezas patronales a golpe de fatigas y sudores cotidianos. Yo estuve en las soñadas ciudades juntando mi ilusión a la ilusión del mecánico y mi grito al grito del que vende los periódicos y mi cansancio al cansancio del que madruga a escarbar la tierra.



FANTASMAS

Este ahora me parece una lámina arrugada que nunca termina, que no quiere llegar a la exacta plenitud de la canción que yo imagino. Y pienso en los detalles que me persiguen en mi fuga de todo: la niñez alborotada, los calabozos prematuros, las calles de pergamino donde se escribió mi historia y ese fantasma que se apropió de la gloria que en justicia me pertenecía. Este ahora de ahora y de siempre no deja de repetirse en el fantasma que me eclipsa. Sin embargo, no me quejo, pues al escuchar mi nombre en los equívocos me di perfecta cuenta que también soy un fantasma.



LES VOY A CONTAR ALGUNAS COSAS

Ya he caído muchas veces de mi sucesión de vértebras y he visto muchas veces mi cadáver de sacrificado tendido en medio de trescientos mil cadáveres. Ya me han anunciado muchas veces mis trágicas derrotas y me han encontrado muchas veces con los brazos cruzados sobre el pecho. ¿Acaso tengo pecho dónde cruzar mis brazos? ¿Acaso tengo vida para saber de todas mis tragedias? ¿Acaso puedo sostenerme en mi armazón de huesos? Tal vez cuando salga la luz de un nuevo día logre levantarme del suelo. Quizás. Es que ahora solo soy escombros en este planeta de bebidas gaseosas, de carteles que anuncian cremas dentales. Ahora solo soy escombros en un planeta donde cada año televisan la muerte de un presidente. Tal vez cuando salga la nueva luz de un nuevo sol logre levantarme de mis escombros. Quizás.



LÁMINAS DE RISA

Riamos ahora de la vida, porque después la vida reirá de nosotros

(Eduardo, en cualquier calle de Palmira) Ya sabrás, hermano, que estoy de tu parte. En cuanto nos sea posible tenemos que reír de la vida; de no hacerlo, habremos perdido nuestra gran oportunidad y será la vida quien ría de nosotros. Riamos... Llenemos de euforia cada gesto de mañana, extendamos sonoras láminas de risa en cada tramo del camino que nos corresponda y llevemos atados a nuestros cuellos voluminosos catálogos de alegría. Riamos, incluso, en las penas. No olvidemos que la vida solo espera la llegada del primer crepúsculo o del tropezón imprevisto que nos deje de bruces en el suelo, para así poder lanzar sus carcajadas de burla que llegarán certeras a lo más profundo de nuestras carnes, un poco más allá de nuestras pesadumbres.

Posdata: Lo mejor, hermano, es que riamos incluso en la muerte.



SIGUES VIVIENDO EN MÍ, AMADO FRANKESTEIN

Sigues viviendo en mí como antes en los castillos de cartón y en las casas abandonadas. Y sigues saqueando tumbas en mi terror, ése que siempre busca la primera fila del cinematógrafo para estar más cerca de ti, incomparable devorador de lunas llenas y rayos de tormenta. Entre humos y nieblas de madrugadas artificiales, sigues viviendo en mí, amado Frankestein. No importa que hayan borrado tu nombre de los telones ni que el tambaleo de tus pasos haya cesado con un luminoso FIN en la pantalla, no importa que en el celuloide se hayan decolorado las doce campanadas de cada noche, porque sé que sigues acechando mi terror en las esquinas de las noches donde te recuerde.



QUASIPOEMA DEL VIERNES 22 DE OCTUBRE

Nada sensacional ocurre hoy. Esta mañana, al despertar, miré mis manos y comprobé que aún tenía los diez dedos de siempre. Hoy quiero gritar. Gritar, por ejemplo, que estoy cansado de soportar tanta telaraña en la boca, tanto ronquido de quienes no logran hacer dormir su hipocresía, tanta mirada rabiosa de la sociedad que me devora. Quiero gritar. Una manada salvaje de recuerdos golpea mi cabeza con sus patas. Un tropel de evocaciones me relincha encabritado hoy, cuando vivo tardes de otras tardes, noches de otras noches que ya no cuentan. ¿Qué seré mañana? ¿Después qué seré? No es justo preguntar. Es mejor callar. Veo pasar el tiempo. Dentro de una hora estaré –por supuesto– una hora más viejo. Pero no me aterran estas horas ni la muerte. Lo que de veras me aterra es esa hora definitiva en que se me presente la muerte. Reconforta saber que aún estoy vivo, que aún tengo dientes para morder tanta belleza. ¿De qué me preocupo, entonces? Me gusta ver cómo las cosas pasan sin salvar obstáculos. No me gusta la señal roja de los semáforos. Mil sueños tengo que no he logrado realizar todavía porque me faltan alas para subir a lo más alto del universo. Quiero gritar Bien sé que mañana o el próximo viernes preguntarán por mí y tal vez digan que no existo. No importa. Estaré en medio de todos para develar mi voz y contar los diez dedos de mis manos. Hoy buscaré un horizonte donde pueda reclinar mi cabeza.

RUTINA

Pienso en las cosas que me atan furiosas a la ciudad imaginada: El loco que se precipita desnudo por las calles huyendo de las piedras que le enrostran su demencia, el genio que por un minuto deja de serlo para asombrar al mundo al escribir sus sentencias en las paredes de los baños públicos, el músico ciego que tañe su miseria y canta su desgracia en las puertas de los bares, y la gente que pasa y el bullicio que aturde y el calor del pavimento y todo. Y todo me hace pensar en los trajes de pasado con que me vestirá el futuro.

TIEMPO

Nunca es tarde. Nunca es nunca. Ya vendrán octubres en que nos descubran de nuevo, caminos que nos conduzcan al despilfarro de la idea, miradas que nos observen desde amarillas fotografías. Y al tiempo no le faltarán motivos para los aniversarios. Entonces, las tumbas serán el mejor pretexto para aplaudir la gloria. Y todavía habrá quien hable de un Bolívar que solía cabalgar en blancos corceles de victoria. Por lo tanto, nunca es tarde para hablar como habla y narra el que tiene óxido en las coyunturas y se agita imperceptible en la extensión de su cadáver, en la algarabía de las placas funerarias, en la estrechez de las fechas que limitan. Nunca es tarde y nunca es nunca para recordar que no desesperarse es la actitud que más conviene ahora.



DEL BRAZO DE LA MUERTE

Hay muertes que nos llegan a lo más profundo. Hay muertes que apenas sí nos rasguñan. Entre unas y otras, las decisiones de la muerte nunca dejan de asombrarnos y nunca de hacernos pensar en lo triste de muchas partidas. Pero no quiero hablar de la muerte. Lo que quiero es encontrar de nuevo a Carlos Villafañe y acompañarlo en esa banca del parque junto al león de piedra donde –era yo muy niño– lo vi rumiando su gloria. Lo que quiero es tomar ahora con él un café en el Corredor Polaco, comer los panes que guardaba en sus bolsillos, o correr con mis pantalones cortos a donde él me esperó un día con la sonrisa envejecida y esas manos arrugadas que me tendió complaciente. Lo que quiero es hundirme de nuevo con Manolo Lerma en las lagunas verdes y en el lodo de las lluvias, verlo pedalear tras de mí en bicicletas de usura, ser su cómplice en los robos de frutas en la casa del correo o continuar con él la búsqueda de los tesoros ocultos en los basureros públicos. Lo que quiero ahora es charlar en aquella esquina con Gabriel Millán, fumar a escondidas con Jaime Vivas, dormir en los andenes con Adolfo León Villegas, mirar a las putas por el ojo de las cerraduras con Chucho Cedeño, y, en fin, hacer de nuevo todo lo que hice con aquellos que ya no se desprenden del brazo de la muerte.



CRÓNICA DE UN DÍA INSIGNIFICANTE

Hoy es un día rutinario de un año cualquiera, simple como antier que hubo bondad dentro de mí o como ayer domingo cuando las mujeres de mi pueblo rezaron con sus vestidos negros para luego pecar con sus vestidos de colores y después sonreír al saludo del pasó descubriendo su cabeza o del otro que sólo tocó levemente el ala del sombrero, sin decir nada, fingiendo indiferencia, como paso ante este día insignificante a pesar de mis palabras, de mi trino clandestino, del canto esforzado de mi guitarra cancelada a plazos. Pero hoy quisiera que este día fuera diferente, sentirlo diferente, poder decir que es diferente porque extravié la dirección de mis odios al encontrar ternura en el gesto mínimo de mi enemigo. O porque al despertar con la madrugada hice caso omiso de la sirena que llamaba a los obreros; a mí que soy obrero y marco tarjeta de asistencia y vivo con programas previamente elaborados y dono doce horas de existencia proletaria y doy claras muestras de supervivencia y sueño los mismos sueños de antier, de ayer, de hoy que es un día insignificante a pesar de todo.



DIA NEGRO

A William Ospina Buitrago



Claveteados hasta más no poder, chorreando babas ajenas por la cara, o recibiendo bofetadas de las falsas aristocracias: Así estamos. Así, también, el día de los tedios que giran en el aire, que ruedan por el pavimento, que llegan a nosotros con sus rostros negros de exactos portadores de amargos inviernos e intoxicados veranos de desolación. Por eso, surgen las verdades al compás de las palabras y una rebelión de tristezas nos señalan con sus dedos y un muro de soledad nos detiene en el instante ya lejano de lágrimas ocultas en las grietas de las manos. Y nacen los efluvios de historias archivadas y resúmenes de auroras guillotinadas con furia por manos que ya no olvidan la violencia desgarradora de las uñas. Claveteados hasta más no poder, chorreando babas ajenas por la cara o recibiendo bofetadas de las falsas aristocracias: ¿Así seguiremos?



ELEGÍA PARA UN AUSENTE

a la memoria de Jaime Vivas Vargas Bajo la sequedad de las cosas que parecen imposibles, muy cerca de las esquinas cicatrizadas con tu nombre, atónicas las lenguas me contaron que ya habías marchado y no volveríamos a ver tu sombra bajo los soles de octubre. ¿Hacia cuál ciudad invisible dirigiste tu silencio? ¿En cuál orilla de soledad te sientas a esperar el día en que se escuche el trueno de la voz del fuego? ¿Qué hiciste con las pesadillas que despertaron tu insomnio poniéndote en los ojos los temores de la oscuridad? Atónitas las lenguas siguen dando a tu partida la versión que más conviene a la tristeza y siguen lamiendo con nostalgia las contradicciones de tu historia.



POESIA

A ti, que gimes y sudas de deseo bajo el deseo de mi cuerpo y respiras la esperanza de otro sueño y empiezas a contar en los dedos las nueve lunas de tu vientre, a ti, solamente, te llamaré poesía.



REGRESO

De repente, en pleno agonizar de este 15 de febrero, me sorprende la música olvidada de mis antiguas canciones. Y siento que es de ahora aquella obsesión del mundo que surgió de la palabra y aquel empecinado andar por caminos que conducen a otros horizontes. Justo es no callar. Preciso es no olvidar las antiguas melodías para seguir cantando en estas épocas verdaderamente difíciles.



METAMORFOSIS

apretujado a veces y a veces cómodamente sentado en la silla del colectivo (Nunca pensando en efímeras glorias, nunca recordando profundo abismos) voy aprendiendo el lenguaje del obrero. Y se me pegan tan fuerte las palabras que no logro evitar la fatiga del mediodía, ni la sirena del final de la jornada, ni el overol azul desfalleciendo en mi cuerpo. Digo, entonces, que también soy un obrero





UNA LÁGRIMA

Tendrías que habitar cada rincón de mi cuerpo para comprenderlo. Tocar –una a una– las orillas de mi sueño, vivir –una a una– mis más altas ilusiones. Tendrías que llegar a la adversidad de mis días para comprenderlo. Agitar mis razones como un frasco de vitaminas, meter la duda de tus dedos en mis heridas de revivido. ¿Cómo explicar algo que solo mi cuerpo, solo mi sueño, solo la adversidad de mis días, solo mis razones –todo en una transfiguración perenne– podría explicar? Comprenderás el paisaje de las postales que te envío, el falso misterio de las ecuaciones que resuelves, el amarillo de las telas que se pegan a tu nombre; comprenderás, incluso, los artificios que ejecutas frente al espejo, pero la razón de una lágrima agonizando en el abrazo, eso, mujer, no lo podrás comprender.



CICATRICES

Mil bofetadas en el rostro del pasado no bastarán para desencajar los recuerdos. Embadurnar la memoria con grises permanentes no será suficiente para ocultar el color de las nostalgias. Triste es pensar que hubo diciembres en que ella sonreía como un presagio de euforia y hablaba de largos caminos caminados hasta entonces; de cuando germinó el canto de amor en las esquinas y nos mirábamos desnudos frente a los vasos de licor y corríamos tropezando con la lluvia mientras que la gente tropezaba con la indiferencia de los edificios. (Agréguese a la escena un teatro que vomitaba disculpas para las citas prohibidas y un vendedor de maní agitando su cantinela frente a las taquillas). Triste es pensar que hoy es diciembre como antes y que no habrá mensajes al reverso de las postales ni en los telegramas de colores, pues ella es solo nombre en los epitafios suicidas y es otra sonrisa la que me llega con cicatrices en las huellas y es otra voz la que sacude el polvo de tiempos lejanos y es otra ansiedad la que ahora me mira y espera con ese tesón que madura y estalla al calor del sol de nuevos encuentros. Triste es pensar que hubo diciembre en que ella...



DOS TIEMPOS DE POEMA PARA UN AMIGO

TIEMPO UNO

Escribo para tí, Javier Arango, este poema desde una ciudad gris, apagada, lejana... con calles de humo y noche donde se oculta el crimen hundiendo sus cuchillos hasta tocar el fondo de la muerte, con andenes cargados de pisadas donde se malogra la última esperanza, con gente que pasa presurosa sin echar una mirada al reloj de su futuro. Escribo para tí, amigo, este poema mientras en el café “El Molino Rojo”, justo frente al parque Bolívar, los ancianos de bastón de caoba esperan su partida y el tedio de las mañanas carambolea las horas que transcurren. En “El Molino Rojo” he construido un refugio para mi sombra. En “El Molino Rojo” han quedado esparcidas mis mejores intenciones. Escribo y pienso: ¿Cómo puedo ser poeta en una ciudad que pone todas sus esperanzas en el simple acto de golpear tres bolas de billar?



TIEMPO DOS

Todavía sueño, amigo. Como tú, todavía sueño y siento miedo terrible de ser ignorado, de que me arranquen, raíz a raíz, las ideas florecidas y nadie comprensa por qué masco mis vocablos germinales. Como tú, todavía sueño. Y si estuvieras aquí, si respiraras el aire sintético que respiro podrías ver cómo deseo ser feliz entre geometrías y paréntesis y vocablos encadenados que van formando mis poemas. Si estuvieras aquí, si llenaras tus pulmones con el polvo de las avenidas podrías ver cómo deseo levantar más allá de la cima de los edificios todas mis construcciones de arena. Yo sé que mañana nuestras voces traspasarán la potestad de los muros y tocarán a todas las puertas del recuerdo. Escribo para ti, Javier Arango, este poema.



SIEMPRE

Imposible borrar a golpe de codo lo que nuestras manos grabaron en el tiempo. Difícil arrancar de nuestra historia tanto minuto glorioso humedeciéndonos los dedos. Inútil intentar el olvido de aquellos silencios que se ocultaron en la tibieza cómplice de tu abrigo. Acaso no logremos más que grabar las caricias, humedecer aún más la punta de los dedos y descubrir con violencia que las palabras mueren en la garganta para luego decir, con gestos sumergidos, “Mañana será otro día... Mañana”.



NUEVO COMIENZO

He pisado tantas piedras y he sentido tantos huracanes encadenados al cuello, que hoy solo veo mil horizontes confusos. ¿Por qué me engendraron en vientres adversos? ¿Por qué me hicieron arribar cuando respiraba mayo? Los aprendices de profeta fallaron y las falsas pitonisas me engañaron, pues mi tristeza ahora es mayor que las palabras. Hoy siento un eco profundo en el hueco de mis pasos. Ahora tengo que nacer de nuevo.



REMEMORANDO

a Azbel Quintero Moncada Quisiera regresar, recobrar el pasado y algo más allá del pasado, recorrer las mañanas, las tardes y las noches de pecado, descansar el pie en las viejas calles de mi pueblo, recostarme en las esquinas añoradas, volver a esos andenes que soportaron mi locura, reencontrar a mis amigos para estrecharles la mano y compartir con ellos un pedazo de pan enmohecido, un periódico de fecha retrasada, un disco pasado de moda, una hoja de afeitar enmohecida, un cigarrillo ordinario, un montón de carcajadas, un buen vaso de cerveza, una puta maravillosamente embriagada y todo aquello que me haga recorrer las mañanas, las tardes y las noches de pecado.



RAZÓN

Sumérgete en la leyenda de mi antiguo nombre y pon tu mirada en cada golpe de mis pasos. Reclínate en la torpe plenitud de mis palabras y avanza despacio hacia las cosas que aún no existen. Sumérgete. reclínate, regresa a la tarde que nos sorprendió en el renacer de una esperanza, camina de nuevo por esas calles caminadas al abrazo y palpa hasta el cansancio la ilusión que floreció en mis labios... Sólo así entenderás la euforia ausente, la obstinada soledad, la olvidada ternura que se aferra a cada una de mis huellas.



CUENTO

Érase una vez un pueblo de poetas. Éranse una vez unos poetas de pueblo. Pueblo y poetas de sueños heredados y mensajes repetidos y tedios consignados en el idioma de los relojes; de leyendas de abolengos y de abuelos legendarios que coronaron héroes de brazos partidos y condecoraron pechos con medallas de lata. Pueblo y poetas escondidos tras las botellas de Pepsi, midiendo la extensión de unos versos sin medida, mirándose en los espejos de la fama aldeana, invadiendo la geografía de la noche y llenando de palabrerío el agujero de las 2:00 a.m. Pueblo y poetas –una vez más– obstinados en inventar la historia de sus calles y sus nombres. Sucedió, pues, que un día (Consultar en los archivos bibliográficos en donde aún se hartan las literarias polillas) pueblo y poetas olvidaron que para adquirir un renombre con olor a alcanforinas se precisaba agonizar un poco, morir un tanto, poseer un mucho de gusano y podredumbre de lirios y luego tratar de deslizar con gran esfuerzo la voz por entre las grietas de un sepulcro en cuya placa difícilmente se pueda leer: AQUÍ YACE QUIEN QUISO SER