A Beatriz, a nadie más que ella
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Ahí parado frente al día que le ha tocado en suerte mirando cómo el tiempo es un transeúnte sin afanes ni cartografías ni fardos agobiando a cada paso Ahí parado en la puerta que da salida a ninguna parte esperando que el sol de las seis caiga sin estrépitos y otro asome mañana sin levantar sospechas sin empujar los afanes que obnubilan Nada habrá de perturbar el sosiego de las aguas que reflejan su mirada un poco turbia Todo será lo que quepa en sus bolsillos
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Me gusta dejar la puerta abierta para que entre el aroma de la mujer que pasa todos los días por mi acera aroma profundo que estremece la memoria dibujando un ritmo de caderas ondulando sutil y persistente como la rama débil del chiminango No es hermosa ni estruja en mí la pasión que obnubila pero semeja el silbo de la flauta y eso es suficiente Cuando su silueta raya en las fachadas y una canción desde la radio la va siguiendo sólo alcanzo a imaginar que su nombre puede estar oculto en un repliegue de su mirada o en el aroma que se va perdiendo cuando ella se aleja para desaparecer como todos los días al voltear en la esquina.
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Queda el arrebol que al final de la tarde se destiñe. Queda aún el gris pizarra del río que me atraviesa y que exime a la ciudad de todo encanto. En cada esquina se narra una historia diferente de días apacibles y de hombres siempre dispuestos a edificar su circunstancia. El mito se recuesta en el pregón del rapsoda de cafetín que amalgama héroes y mortales ahora náufragos en su locura. La historia se diluye en leyendas y aquél que pasó como una ráfaga deja su nombre en el mármol tatuado por el polvo y en las páginas de un libro que jamás será leído. Queda el sol que al mediodía clava sus dardos en este trópico confuso y funde todas las posibilidades de la ensoñación infinita. Queda un indicio de oropel que no alcanza a deslumbrar a los ilusos.
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Hoy podría concederme la licencia de ser definitivamente cursi y fingir que me estremezco con el rojo del ocaso o agotar los adjetivos que empalagan los sentidos para inventar un artificio de luna derramada en los balcones de los enamorados. Hoy podría ser un tanto romántico pero definitivamente cursi invocar la presencia de amores imposibles que narran su historia en la penumbra de un patio aromado de azaleas o entornar los párpados en actitud evocativa mientras los acordes de un piano ondulan por los largos corredores Pero sucede que mis amores son reales y posibles y no tengo patio ni aroma de azaleas y menos un piano que desgrane notas cargadas de nostalgia.
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La hoja del cuchillo penetra con furia certera buscando la única razón del latido El filo el destello repentino que surca y horada hasta alcanzar el dolor de un amor que ya no es se solaza sobre su designio y deshoja una bandada de recuerdos Cae la que amaba y ya no es El hilo de su vida tiñe de arrebol el pavimento y la hoja del cuchillo con furia certera se ajusta al final de una historia.
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Soy de dos pueblos como de dos madres. Nací en la línea imaginaria del viaje inesperado, muy cerca de la sucesión de huellas que se borran con el agua. En la mitad del siglo abrí el ojo izquierdo en un campo de maíz en cosecha y extendí mi mano hacia el dulce árido que empalaga. Crecí en cuatro calles polvorientas, crecí atravesando el río y las discordias, tropezando con el filo de las piedras, mirando desde lejos el paso del tren que se llevaba mis adioses. Soy de dos pueblos y apenas de un solo destino. Fui presentado ante el señor cura y llevado en volandas donde el señor notario para que diera fe de mi existencia. Nací justo cuando la tarde se rendía a la noche en un pequeño cuarto de penumbras obligadas. Nací en las páginas de un libro de registros mientras la sirenas ululaba en la torre de la iglesia y un tropel de torcazas agitaban sus alas de querubes fugitivos. Nací y crecí en dos ouebos al tarareo de tangos y boleros, al compás de martillos y esencias de caoba que dieron refugio a mi primer recuerdo. Soy de este pueblo Y del que queda atravesando el río.
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Imagina que la noche cae como el rímel fatal de tus pestañas Piensa que el infinito puede estar al alcance de tu mano si los planetas atinan a rotar sobre su designio Es la ley implacable que consagra el momento perfecto para la palabra para el gesto que intenta decirte muchas cosas y devela el secreto guardado en tu mirada Que nadie resurja de sus cenizas sin haber exhalado el último aliento Nadie se apresure a bajar el telón ante el único espectador que se niega a otorgar el aplauso Deja que el dolor socave todos los silencios y abandónate a lo que no se alcanza Piensa en el infinito
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Jueves como gris en la retina como la huella del silicio en la espalda de los penitentes El día es propicio al sopor y al abandono al inicio del sueño que puede ser interrumpido al caer la tarde No es el ocaso al final de la agonía del momento que me sucumbe sino el de tu voz que cae como la piedra en el charco imperturbable El día pasa imperceptible a todo sigiloso en su paso hacia la noche que a nadie conmueve porque hoy es uno de esos jueves sensible al sopor de la rutina
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Al doblar la esquina la muerte aguarda sin afanes al transeúnte que da prisa a las pisadas como queriendo alcanza los linderos de su sueño Nada presagia que al doblar la esquina El filo de un cuchillo estará esperando Nada presagia que a sólo cinco pasos -como cinco fracciones de lo eterno- una Pietro Beretta será el solo argumento del sicario para ponerle punto final a una historia
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Si he de huir que sea hacia el único norte posible a la mirada sin alforjas y sin metas sin el bordón que brinde apoyo a cada una de mis pisadas Si he de huir que sea en la madrugada justo antes del primer trino que desciende cada día de la rama Que el horizonte apenas signifique esa imperceptible visión de lo que no se espera o el extremo opuesto que jamás será alcanzado que el camino que mis pasos tracen se prolongue sin presagos hasta alcanzar el negro profundo de lo incierto Nadie dirija sus miradas a la silueta que va doblando en la última esquina Nada sea el obstáculo a la huella que la lluvia va borrando Si he de huir que sea a toda parte y sin testigos
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Debo decir que te amo a mi modo y sin esquemas sin luceros parpadeantes en la noche ni menguantes ocultas tras una nube que se rinde a la mirada Si mi ojo un tanto fatigado te sigue con cautela por la casa quizás percibas el vislumbre del deseo el susurro de la frase contenida o el vuelo furtivo de una pregunta que se fija en tu mirada Así te amo: sin ruidos sin asombros con el ritmo lento de este corazón inmune a casi todo y el paso del que ya no carga afanes ni ansiedades ni sueños imposibles. Te amo desde aquí y desde esta tarde de aves y cielos desteñidos con la medida exacta de lo que no se espera con el roce de la piel y el beso leve que se posa en los labios como el ave que logra llegar a la orilla después de un largo viaje.
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Sueños sobresaltados por el campaneo Eco de ropas blancas en el tendedero Si ya es hora de la soledad preciso es sumergir la voz en el fondo lechoso del día que apenas inicia y poco a poco cede al placer de la memoria Si ya es el día de la nostalgia sólo queda correr las cortinas que ocultan la diaria cinematografía del patio para invocar la esencia de un rostro hace tiempo acariciado ¿Seguirán detenidas al pie de los postes las pisadas y en los andenes las migajas de una charla muchas veces suspendida?
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No hables con ancianos a menos que quieras agonizar en la nostalgia Si aquel hombre cargado de años y de errores o aquella mujer de mirada fatigada y sumisiones intenta en el parque ocupar el extremo de tu banco ignóralo no confíes en el dulce tono de su voz huye de cualquier posibilidad de la palabra no quites el ojo de su bolsa de recuerdos Si ves que extiende en saludo su mano como de pergamino y te sonríe buscando llamar tu confianza aléjate con presteza extravíales la ruta para que no te alcance su recuerdo de tiempos que de ninguna manera podrán ser mejores
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Elemental como el agua ella guarda en su mirada el resumen de todos los silencios Transparente como el agua en su mirada trasluce la verdad del día que despunta Basta con recorrer su piel de mariposa y cerrar sus párpados con la punta de los dedos para que toda ella tiemble hasta perturbar incluso el corazón de la piedra Si la noche invita al abrazo en su pecho galopan la ansiedad y el asombro desbordado el grito del deseo y el sorprendido amor el fuego que se aviva en las cenizas y en el beso cuando el labio se posa en el labio como la libélula en su sombra o su reflejo