Porolongación en los espejos ©Aníbal Manuel anibal-manuel@outlook.com Editorial Golpe de Aldaba Primera edición digital 1987 Segunda edición digital 2016 Edición en formato PDF de libre circulación. Reproducción permitida bajo la condición de respeto a los créditos del autor.
UN CIERTO DÍA
Cuando por fin decidimos abandonar la casa, desde la abuela hasta el último nieto fue recogiendo lo que a cada quien pertenecía. De mi parte, no quise cargar con el nombre de aquella niña que entre juegos y lascivias y cosas así por el estilo, devoró mi primera noche en pleno mediodía. Sin embargo, como al descuido, eché su rostro en mi memoria y esas piernas flacas abiertas al propósito y esas manos nada pudorosas y esa sonrisa que me hizo su cómplice obligado en cierto día de un mes incierto de hace mucho tiempo.
GOLPES DE CIEGO
Cómo me gustaría dejar de andar a tientas, abandonar el bastón de ciego que no me evita tropezar con la torpeza. Cuando el ruido de una puerta anuncia la certeza de una luz que no percibo, no puedo dejar de imaginar que con sólo extender el brazo lograré espantar la pesadilla de las noches permanentes, que con sólo arañar las tinieblas alcanzaré la orilla de una realidad que apenas sí intuyo. Cuando un eco de pasos se aproxima a mis límites y una voz que creo conocida me pronuncia, no puedo evitar el dolor de imaginar el rostro de quien tal vez llegue cargado de noticias, de rumores sobre cierta rebelión de atardeceres y cierto brillo sospechoso al otro lado de la montaña. Cómo me gustaría dejar de andar a tientas.
A.M.
El intruso caracol de la noche arrastra su huella sobre los mosaicos de mi cuarto. Un desconcierto de inoportunas maracas desgrana su cada semilla a esta hora del insomnio. Atento estoy a las señales del día que se renovará en las ventanas cuando el vigilante disponga de su última ronda y parta con las últimas sombras golpeando los talones para romper el alba. O cuando los hombres del deshierbe pasen rumbo a los umbrales del campo en donde el verde es batalla y el surco de la semana es al mismo tiempo tortura y naufragio.
NIÑOS
Que jueguen a inventar la noche o a desarmar la realidad en un espacio imposible, es lo de menos. Que asciendan al milagro por escalas invisibles o que vuelen en extrañas naves sostenidas en la mano y visiten remotos e ignorados planetas sin siquiera moverse del rincón del patio, es lo de menos. Incluso poco importa que edifiquen una ciudad sin fronteras en el andén de la casa. Lo que urtica y de veras es que en la danza del sueño me invadan con sus uñas afiladas, que insistan en traspasar mi pecho y colocar mi cabeza en el tronco de los condenados, que me desgarren, que me descoyunten, que me amputen brazos y piernas y se vayan saltando al son de un materile mientras quedo suspendido de un delgado hilo de sangre.
SEÑALES
Que yo recuerde, no siempre humeó el plato de sopa en la mesa ni siempre hubo un lecho dónde acomodar el sueño. Cuando –llegada la noche– la familia se reunía en torno de la vela insuficiente, nunca faltó quien interpretara el vuelo del alado señor de las sorpresas, del verde escarabajo de las noticias que golpeaba en las paredes trayendo la promesa de una despensa abarrotada, de un bolsillo generosamente roto, de unos días mucho más cercanos a la fiesta. Era, entonces, cuando todos nos dábamos por entero a la vieja manía de husmear en la esperanza.
CALI
En esta ciudad que a corto plazo me han prestado, ejerzo ahora mi profesión de caminante de caminos que semejan laberintos y de avenidas supuestamente interminables que conducen a bares donde el tiempo es lo de menos o a esos lugares de pequeñas referencias en donde uno puede desnudar incluso la osadía. Animado por una voz inesperada, salgo al cruce de los automóviles y de otros caminantes y me doy al pleno gris de los andenes y taconeo calle quinta abajo tratando de llegar al sueño que dejé interrumpido. Atrás queda el perfil de una rayuela abandonada por niños que cedieron sin esfuerzo a otras tentaciones.
RAZONES
Me pregunta usted, señora de todos mis días, qué es lo que hago con la soledad de todas mis noches. Y yo no sé qué responderle aunque en el fondo reconozco un reclamo sutil de gata en celo, de hembra que aguarda agitada en la fiebre mientras oye cómo crujen mis papeles a sólo cuatro metros del deseo. Créame usted, señora de todas las ansiedades, que su pregunta también es mi pregunta y su reclamo es mi reclamo y el del macho alebrestado. Quizás no lo perciba, pero hay momentos en que quisiera ser ese que imagina a la derecha de su espera; sin embargo, mi soledad tiene fantasmas que ya no dejan de rondarme, tiene presencias que me acorralan en la palabra y me impiden acudir a su llamado. Me pregunta usted, señora de todas las vigilias, qué es lo que hago con mis embriagueces de ahora. y nada puedo responderle, –aunque existan mil pretextos y otras tantas alusiones– pues mis embriagueces son mis embriagueces y no las suyas. No hay disculpa. Usted lo sabe. Me pregunta usted, señora de la única sospecha, qué es lo que hago con los espacios del amor que le corresponde. Y tengo que responderle -aunque toda la historia de su vida y de mi vida se torne en fábula sin moraleja- que hay un todo y una nada irremediablemente desolados a pesar de la sombra que proyecta a su espalda y que por eso hay, al final del estas razones, una palabra que es muy tuya y es muy mía: nosotros.
DECIRES
Creo conveniente informarles que odio los teléfonos tanto como los epígrafes o cualquier cosa que intente justificar el poema. En cambio, siento una especial pasión por las calculadoras de bolsillo y las guitarras de cedro, aunque me son infieles. Me atraen las lámparas de petróleo y las dulzainas de doble escala y tono lastimero. Un espejo de azogue me entusiasma mucho más que un catalejo, pero si me dan a escoger entre un cuchillo templado en fragua y un candelabro de cobre, me quedo con el cuchillo. Detesto las postales y los telegramas, los abalorios dorados, los gatos de porcelana, las estatuillas de Buda. Me da lo mismo un reloj de péndulo que uno de pulsera o una carta de baraja española sutilmente marcada. Sin embargo, me llaman poderosamente la atención ciertas máquinas de utilidad más que dudosa y en general aquellas cosas que tintinean como una caja de sorpresas. Amo los libros profusamente ilustrados sin dejar de lado, por supuesto, los que nada muestran pero me hablan sin rodeos y mirándome a la cara. Ahora que lo recuerdo, también creo conveniente decirles que me gusta la brisa que roza como una caricia pero el viento que arrebata me exaspera. Un hombre sin vicios me parece sospechoso. Una mujer con recatos se me hace insoportable. Me apasionan las lluvias, los caminos sin retorno y todo lo que en cada tarde va muriendo sin remedio. Me agrada el ruido que armoniza con todos los silencios y la soledad que puede llenarse con palabras distantes: pero, por sobre todo, amo la vida que se puede vivir sin limitaciones.
FONAMBULOS
¿Adónde fueron los que ahora sólo miran desde sus retratos? Ellos, los que una vez arremetieron al tiempo, de cuando en cuando tejen una charla de voces rotas y vigilan la soledad de sus ya reumáticas parientas. Condenados de por siempre a habitar en sus fantasmas, a veces fonambulan por los corredores del geranio como no queriendo abandonar la huella, como negándose a la lejanía de sus más cálidos objetos. Mientras la noche se escurre por todas las hendijas, ellos asedian el sueño de doncellas prohibidas que siguen añorando una tibieza de verano entre sus piernas.
PROLONGACIÓN EN LOS ESPEJOS
Nosotros, los que aún disfrutamos del viaje a los espejos, de nada podemos quejarnos: nos repetimos en el sueño. Nos repetimos en la danza más antigua y en los vocablos que no pueden eludirse porque son tatuaje permanente o cicatriz en el pleno corazón de la piedra. Y aunque corazón y piedra sean la misma consistencia, nos vamos repitiendo en la sombra que persiste sobre el pavimento cuando ya hemos partido.
OTRA VEZ ULDARICO
Conocí a un hombre que bajó de la montaña como si fuera el profeta de las alas extraviadas. Uldarico Venegas Farján era su nombre y ser labriego a destajo y aventurero a cualquier precio fue su oficio. Condenado a los caminos sin retorno, estuvo en el país de los que nunca callan, estuvo en la frontera jamás vigilada, estuvo en la región del árbol descuajado a hachazos. Allí logró percibir la distancia que hay de la azada al tormento y adivinó la prolongación del surco en la cara. Fue anarquista y no lo supo. Comulgó con los ateos y no lo supo. Militó en la tristeza y no lo supo. Caminó por el filo de la locura y lo supo demasiado tarde. Sin embargo, siempre llevó un aire de presagio en la pupila y la evidencia del día suspendida en los labios. Uldarico Venegas Farján era su nombre y había nacido en el año de los poetas inconsecuentes, aunque sólo pudo escribir con los pulgares y su huella. No conoció el equilibrio de los helicópteros ni la invención de los ruidos mecánicos, pero alcanzó a cantar en coro con las victrolas. Fue un hombre elemental como una fruta, simple como una tarde, sencillo como una campana. Por él tuvo que hablar la golondrina del último verano, pues nunca encontró palabras para llenar sus silencios. Uldarico Venegas Farján era su nombre, como el mío es Anibal Manuel.
PLIEGO DE PETICIONES
Estoy reclamándoles el derecho a la propiedad del silencio. De igual manera, les reclamo el derecho a caminar sin sombras; que nadie venga a contarme del rojo de la tarde ni a narrarme su insípida historia: no me interesa. Pido conservar la vieja manía del habla solitaria y del aullido con el que intento alcanzar menguantes justo desde la mitad del patio. Déjenme andar por ahí esperando a que llegue la noche con sus grillos y sus ruidos sospechosos. No me agiten más saludos. No me acosen con el tintineo de supuestas amistades. ¿Sería mucho pedir que conserven la prudente distancia? Exijo que no me pisen los talones.
CRÓNICA INCONCLUSA
Noche de balcón y tejadillo hacia el oriente. Arriba estaba la lluvia amagando con desgranarse sobre los párpados. Abajo era la ciudad en un perfecto desconcierto de paisajes y un desorden de incendio en las bombillas que fingían teñir de rojo la silueta del cemento. Y entre balcón y tejadillo estaban las voces de los amantes abrazados en el beso largamente almizclado, susurrando como las plumas del pájaro abatido, dialogando con las señales de la cadera y los ojos mientras la noche se iba rindiendo a la madrugada. (Más allá de las esquinas desoladas el vigilante del sueño sonaba su pito para anunciar que aún existía).
VUELO ANSIOSO
Mujer o cómplice o compañera del viaje sin boletos: te hablo desde el filo de este día que brilla en los tejados, desde la orilla temblorosa del mismo pájaro sin rama. Y digo: dame a plazo indefinido la risa y la sonrisa que te habita, extiende tu rayo de luz en dirección de mi sueño, vuelca en mí la voz y todo su torrente: sólo así logrará apaciguarse el potro cerrero que galopa en mi pecho. Porque si busco la sombra de un alero que sea recuerdo, todo se me vuelve presagio y la ausencia de tu milagro me atraviesa y la dimensión de tu lejanía me pesa y el instante de tu sombra me hunde y nada hay que me permita una ventana hacia febrero. Y agrego: permíteme ser el único inquilino de tu duda, haz que yo pueda ser la desmesura o el bárbaro que estropea tu lenguaje cotidiano. No me quites el sortilegio del ojo que entristece ni la carencia de susurros que almibara a tu oído. Concédeme la libertad de llevar el artificio que amuralla mi fatiga. No me dejes naufragar en el asombro.
TESTIGO OCULAR
Estoy aquí, parado en la punta del día, viendo cómo pasa la exacta plenitud del caos. Y veo desfilar un coro de tempestades en un vaso de agua, un horizonte angosto y frágil, mil artificios de historias supuestamente registradas, la presunción de un crimen jamás esclarecido y toda la procesión del pueblo con su falso resplandor de vidrio. Alguien que viene de lejos intenta arrebatarme la última posibilidad del asombro. Otro –menos afortunado– pasa de largo y en silencio hasta quedar convertido en remedo de sombra. Mientras tanto, sigo parado en mi punto y afirmo: nadie que se me parezca podrá cantar la tonada del sinsonte porque sólo mío es el instante del silencio.